El país es suyo, la ciudad es suya, pero las calles no

Hoy desalojan la acampada de Plaza Catalunya, en Barcelona. Y la de Lleida. El motivo oficial es el de realizar labores de limpieza y preparación para la posible celebración de la Copa de Europa del Barça el sábado. Y ante esto, uno que ha estudiado y tiene nociones de seguridad, le encuentra la lógica a este modelo neoliberal que tanto se está imponiendo en estos días. Si los ejércitos estatales, vacíos de su legitimidad defensora de la nación, están realizando labores de cooperación y de policía en países del extranjero, resulta lógico situar a la policía estatal o autonómica a realizar labores de limpieza y desescombro. Todo lo que sea cambiar la porra y el arma reglamentaria por el tan español invento de la fregona lo vería con buenos ojos. Ni si quiera los Provos holandeses hubieran podido imaginarse tamaña hazaña.

Sin embargo las imágenes no muestran eso, sino todo lo contrario. Policías armados con escudos y porras muestran sus pechos desnudos de placas -algo totalmente ilegal, pues un funcionario de la ley ha de ir siempre debidamente acreditado en el ejercicio de su profesión- y reparten violencia a un grupo de reunidos en una plaza que, pacíficamente, sólo les piden que por un momento sean personas y no soldados.

Si hubiera habido que apostar por el primer desalojo creo que todos hubiéramos dicho lo mismo: Sol. Allá, a las puertas del marquesado de la presidenta Aguirre se extienden toldos de plástico que, como aquellos de Almería, esconden las vergüenzas del sistema político, económico y social de España. Frente a su ordeno y mando los toldos dicen un sencillo hablemos. Y sin embargo, en este momento, aún no hemos visto retirar ninguna persona de la Puerta del Sol.

No es casual que haya sido aquí en Cataluña desde donde comience a manifestarse esa represión del movimiento pacífico surgido de la indignación de los ciudadanos y ciudadanas. Desde que se dio el pistoletazo de salida a la campaña electoral por la Generalitat, CiU, la coalición de derechas catalana, ha venido anunciando que por fin el orden de las cosas volvería a su sitio. De todas sus declaraciones desde entonces hasta el discurso de victoria de Artur Mas en las elecciones municipales del 22 de mayo, se desprende este sentimiento de la coalición de pensar que ellos, y no otros, representan los valores del país catalán, representan la voluntad de todos los catalanes y, por tanto, son parte legítima e inexcusable de las instituciones. El país es suyo y así cualquier decisión que ellos tomen es comprendida automáticamente por toda la ciudadanía de bien. ¿El resto? El resto son charnegos o directamente hijos de puta.

Así, el Consejero de Interior de esta nueva Generalitat de verdad, el que sustituía al tan crititado Joan Saura -de Iniciativa per Catalunya-Les Verds-, y el que tenía que traer orden a todo este descontrol que según CiU se había creado en el país, se ha paseado por la opinión pública catalana con aires prepotente. Volver a poner a la gente en su sitio, vamos. No hay mejor definición de Puig que el alter ego en la televisión catalana, una parodia de personaje que siempre lleva consigo un bate de béisbol para limpiar con diálogo cualquier tipo de orden. Tan representado se encuentra que incluso en un acto de campaña en Vic le regalaron uno con el que posó para la foto -y quien quiera creer que es un acto improvisado y no compartido por el consejero es que no conoce la forma de organizar los actos electorales, donde absolutamente todo, incluso lo que se pretende improvisado, está programado con una significación. El mensaje de mano dura en una ciudad catalana con un índice de inmigración muy alto y con gran cuota electoral votante de partidos que defienden abiertamente la expulsión de los inmigrantes no era imprevisto.

Y hoy, más porras. Frente al desorden de la gente que habla, cuestiona, gestiona su vida y, decididamente, protesta a través de la reflexión colectica, CiU ha decidido limpiar con su estilo de imposición y carencia de diálogo. Puig no da la cara, sino que lo hace su segundo. Artur Mas no hablará de nada de ésto, para no ensuciarse. Pero una cosa han dejado clara y es que se sienten tan dueños del país que también deciden cómo se camina por sus calles y qué se debe pensar. Las cámaras de todo el país, de todos los ciudadanos y ciudadanas que han grabado la violencia policial frente al movimiento pacífico de los acampados serán el arma a través de la que se exigirá la dimisión del Consejero de Interior, como mínimo y con implicaciones tanto para el PSC como para Iniciativa per Catalunya, coalición que en funciones gobierna hoy la ciudad.

El país es suyo y si para limpiar una plaza han de mandar a los antidisturbios, los envían. La ciudad es suya y la gente sólo puede reunirse para celebrar una manifestación oficial -es decir, en la que participen ellos- o una Copa de Europa de fútbol. Sin embargo la gente, sentada, indignada, callada o gritando, les está demostrando que la calle no es suya, que suya es sólo la violencia.

Comentarios

pcbcarp ha dicho que…
Te linko
Harry Reddish ha dicho que…
pero qué bien escribes, jodío... felicidades